En lo que se refiere a las relaciones de pareja, hay muchas clases de personas. Desde aquéllas que no saben pronunciar la palabra “amor”, hasta aquéllas otras que rechazan la soledad como compañera de cama.
La mayor parte de las conversaciones que mantenemos a lo largo de nuestra vida giran en torno a las relaciones personales; al estudio del género opuesto, a buscar los puntos débiles del enemigo. Ya sea tomando una copa, en plena clase, con el auricular pegado a la oreja, por Internet, en el supermercado… En todas partes pensamos, le damos vueltas a cosas sumamente ingenuas, tales como: “¿por qué no me ha llamado?”, “no ha contestado a mis perdidas”, “seguramente hay otra persona”…
Si bien, es mucho más fácil de lo que a primera vista parece. Simplemente, mujeres y hombres somos diferentes. Pues, mientras nosotras pensamos en un cuento de hadas, ellos nos imaginan desnudas; mientras que cuando son ellos los que te dejan por otra, somos nosotras las que ansiamos volver. Dudo que exista algún chico lo suficientemente coherente como para caer en la cuenta de que con pequeños detalles ganarían gran parte de la jugada. Somos chicas, no es tan difícil. ¿Acaso es tan complicado ser detallista? Son esas insignificantes puntillitas las que terminan por enamorarnos. Pero claro, si difícil es que sean detallistas, aún más será que mantengan la chispa. En fin, este es otro tema que no nos cabe ahora.
A lo que quiero referirme es que, independientemente de ser hombre o mujer, hay ciertas personas que no soportan el hecho de estar solteras. Así, para ellas no cabe el ir al cine con amigos o ir de compras solas; siempre tienen que estar acompañadas de la mascotita, el novio/a. Cosa muy distinta es que hayas encontrado a alguien con quien verdaderamente merezca la pena compartir tu vida, pero no es esto lo que ocurre con los que yo llamo “dependentistas sentimentales”. Se trata de una especie un tanto peculiar. Personas que, aún viendo la realidad de frente y sabiendo que no están enamoradas, tienen que seguir con su pareja. Sinceramente, no lo llegaré a entender nunca.
He llegado a la conclusión de que lo mismo ocurre cuando alguien se acostumbra a algo, como por ejemplo a llevar unos jeans. Puede que estén destrozados, o incluso que no los soporte; pero en el momento en que se desprende de ellos, los echa en falta.
Tira esos vaqueros, ponte unos nuevos pantalones. Te sentirás algo extraño al principio, pero con el tiempo mirarás atrás y te darás a ti mismo las gracias por haber cambiado.