Pensar en una de esas tantas personas a las que, por una u otra razón, todos hemos perdido. Personas queridas que, en un abrir y cerrar de ojos, desaparecen ante nosotros; llevándose con ellas infinitos momentos, miradas, sonrisas, lágrimas...
Pero a pesar de haber dejado un enorme e insustituible vacío en nuestro interior, hay algo que no se pueden llevar, algo que indiscutiblemente nos impregna, haciéndonos revivir todos y cada uno de esos momentos; los recuerdos.
Sí, recuerdos... Esos dichosos pensamientos que nos torturan inconscientemente. Puede que para muchos los recuerdos sean un medio para mantener viva esa figura ahora causante de dolor, pero para mí no son más que espinas que se clavan, aún a pesar del transcurso del tiempo. ¿El tiempo todo lo cura? No lo creo... ayuda, calma; pero nunca cura. Nunca el tiempo curará el dolor provocado por el abandono inesperado de alguien tan amado, nunca. Más difícil es cuando esos dichosos recuerdos son tan buenos que se graban en tu ser haciéndote querer retroceder en el tiempo y pulsar "pause", como si de una cinta de vídeo se tratase.
Playas, patinetes, calcetines rotos, campos de arena, cajas de cartón, tablas de corcho, natillas de chocolate, vestidos de flores y un sinfín de sonrisas... ¿cómo no puede ser doloroso recordar todo eso?
Lo más triste de todo es que, muy a mi pesar, sé que por muchos años que transcurran, mis ojos seguirán empañándose cada vez que vuelvo a esos momentos...