Siempre intentamos alcanzarla. Identificamos la vida como una cuesta empinada con una cumbre que alberga lo más ansiado, la felicidad. Sin embargo, no caemos en la cuenta de que quizás sea esa cuesta la respuesta. Es decir, muchos trabajan duro para llegar a ser felices, y otros, en cambio, simplemente esperan a serlo; pero no nos percatamos de que es en ese proceso cuando se nos presentan las oportunidades para conseguir lo que más ansiamos en esta vida.
Esperar a empezar la universidad, esperar a trabajar e independizarte, esperar a encontrar una persona adecuada, esperar a formalizar una relación y formar una familia, o incluso esperar a jubilarte y vivir en paz… Esperar. Siempre es esperar. ¿Por qué? Es que, ¿no somos felices mientras tanto?
Día a día aparecen trenes ante nuestras narices. Puertas que se abren y que sólo lo hacen una vez. Tienes que exprimir hasta el mínimo instante que tengas, montarte en todos los trenes y recorrer todas y cada una de esas puertas que se abren ante ti, son ellas las que te conducirán a la felicidad. No es necesario esperar ni pensar demasiado, sino sólo actuar.
Bebe, baila, aprende, come, escucha, opina, razona; vive…pero sobre todo, sonríe. Nunca dejes de hacerlo, ni siquiera cuando quieras desaparecer. Porque un insignificante gesto puede hacer que respires de nuevo. Abre esa ventana y deja que el aire te golpeé en la cara, ponte unas zapatillas y pisa con fuerza al salir. Pues, sólo tú puedes hacer que seas verdaderamente feliz.