Pensar en un futuro no muy lejano, hacer planes...
Inconscientemente, estructuramos nuestros sueños como si por ello fuesen a convertirse en realidad. No pintamos de tonos grises nuestro lienzo de esperanzas. Si bien, demasiado color puede terminar por desvanecerse en un suspiro.
Cuando parece que todo está en calma, que remontamos de tiempos no tan buenos; cuando se nos dibuja esa sonrisa en la cara y los ojos nos brillan con fuerza, llega la inesperada amargura. Los planes que no mucho antes hacíamos se derrumban cual castillos de arena. La realidad llama a nuestra puerta, entrando en nosotros sin pedir permiso. Es entonces cuando la paleta de colores se vuelve gris, nublada... Cuando lo que una vez fue brillo, ahora son lagrimas resbalando por nuestro rostro.
La idealización del futuro, pienso, no es lo más acertado; desilusión y fracaso suelen ir de la mano de una realidad, una amarga, muy amarga realidad. Esto no ocurriría si dejamos de planear, de pensar en un mañana.Una vez vivamos el presente, el futuro llegará.
El destino, ese fiel y tan temido amigo, siempre nos acompaña allá donde vayamos. Puede que no lo veamos, o incluso que no lo sintamos, pero todo está en sus manos. No quiero con esto decir que no podamos actuar, es más, debemos actuar, y lo haremos. Asimismo, como alguien una vez dijo, no debemos olvidar ese constante funcionamiento del universo, asegurándose de que estés exactamente donde debes estar, exactamente cuando debes estar ahí. En el lugar adecuado, en el momento adecuado.
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